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Un patrimonio que pertenece a todos

Un patrimonio que pertenece a todos

Por todo ello, la Convención Mundial del Patrimonio Cultural y Natural asegura la existencia de un patrimonio mundial común a toda la humanidad. Esa es la razón por la que nos sentimos bien ante los monumentos que van más allá de la cultura en la que fueron concebidos e interesan a toda la humanidad. Esa sensación la podemos experimentar tanto frente a las pirámides de Egipto como junto al Big Ben, en Londres; en el Foro Romano, dentro de la Muralla China, o simplemente en el refectorio del Carmen de la Asunción de Cuenca.

Igualmente, cuando conocemos ciertas bellezas naturales, inclusive distantes, parecen haber sido ofrecidas en particular, para cada uno de nosotros. Así entonces, da igual estar frente al Parque Nacional «El Cajas», el Parque Nacional de Fiorland, en Nueva Zelanda; el Parque Nacional de Darien, en Panamá o el Gran Cañón del Colorado, pues estos sitios nos pertenecen a todos como miembros de la gran familia humana.

 

Un patrimonio amenazado

Frente a ello, ante el apetito voraz del hombre para apropiarse de los espacios y destruirlos, tanto culturales como naturales, se debe considerar siempre que los bienes del Patrimonio Mundial Cultural y Natural aparecen hoy amenazados por todo tipo de degradaciones.

La historia reciente prodiga múltiples ejemplos de los peligros existentes para la desaparición de estos tesoros. Recordemos, tan solo, los ataques en contra de los talibanes en la guerra de Afganistán, que despedazaron las milenarias pirámides de Buda, o el saqueo de Bagdad en la guerra del Irak, que hizo desaparecer innumerables bienes culturales de la antigua Sumeria, considerada una de las primeras civilizaciones del mundo en que vivimos. 

No más lejos está, por ejemplo, el devastador efecto de los bombardeos nazis, en la Segunda Guerra Mundial, que ocasionaron, en varias ciudades europeas, la destrucción de hermosos edificios patrimoniales creados por el hombre, en la polifacética actividad cultural que el viejo continente ha desarrollado en Occidente, a lo largo de la Historia. Estas destrucciones no escaparon ni siquiera en casa propia, pues en Berlín, capital del Tercer Reich, existen, por ejemplo, edificaciones que nunca se recuperaron como la «Frauenkirche» o iglesia de Nuestra Señora, cuyos vestigios permanecen como una dolorosa llamada de atención a la destrucción implacable a la que una guerra puede llegar e incitan a la necesidad de precautelar un bien patrimonial que pertenece no sólo a los alemanes sino a toda la humanidad.

Y en nuestra querida Cuenca, los ejemplos no pueden dejarse de mencionar. ¿Cómo entender, por ejemplo, que por falta de conciencia patrimonial se destruyeron alguna vez, el Convento, iglesia y colegio de los Sagrados Corazones para construir los multifamiliares del Corazón de Jesús? ¿Cómo dejar de lamentar la desaparición de algunas edificaciones que ya no están y que eran excepcionales como bienes patrimoniales, tales como la Casa de los devotos de Tierra Santa, en la esquina de las calles Sucre y General Torres, la antigua Gobernación de la provincia, el antiguo Ayuntamiento cuencano, el viejo Carmen Bajo de Cuenca o la mutilación que sufrió el mismo Carmen de la Asunción, cuando hacia las calles Benigno Malo, Presidente Córdova y parte de la misma Padre Aguirre desaparecieron amplios jardines y edificaciones coloniales para dar cabida a aquellos edificios, de la década del 70, los cuales, dicha sea la verdad, no han podido suplantar la excepcional atmósfera existente en dicha manzana, antes de su construcción?