Patrimonio cultural intangible
Patrimonio cultural intangible
Cuenca guarda, a su vez, una serie de tradiciones que configuran su identidad como una urbe con personalidad propia y que se manifiestan en múltiples expresiones culturales de reconocida valía y trayectoria.
Entre ellas están el Pase del Niño, celebración que nunca deja de acontecer el 24 de diciembre de cada año, y el Septenario Eucarístico de la octava de Corpus Christi, que se celebra anualmente en mayo o junio, dependiendo del calendario eclesiástico, pues se trata de una fiesta móvil.
Sin embargo, las celebraciones del Carnaval cuencano, con su tradicional juego con agua, su exuberante comida y música, junto a las peculiares celebraciones de Semana Santa, con la elaboración de la fanesca y el desarrollo de una serie de actividades religiosas, los preparativos del año viejo con la quema de monigotes en reuniones familiares muy queridas o en determinados espacios urbanos, el desfile del 6 de enero, en el que las comparsas y mascaradas de inocentes inundan las calles de la urbe, son igualmente tradiciones pertenecientes al patrimonio intangible de la urbe y han consolidado una fuerte identidad a la morlaquía.
Son bienes intangibles igualmente, la música, tanto académica como popular, el folclore, el teatro y la danza, los ritos y costumbres religiosas, los mitos, tradiciones y leyendas, los dichos y coplas que forman parte de la tradición oral de nuestro pueblo.
La fuerte personalidad de Cuenca no está definida solamente con este tipo de tradiciones, pues existen muchas manifestaciones del Patrimonio Cultural Intangible que no se deben mirar de refilón. Entre ellas, vale anotar la gastronomía cuencana, caracterizada por especiales platos típicos en donde se distinguen preparaciones auténticas de la morlaquía como el mote pillo, los llapingachos, las carnes rojas asadas, el hornado, las papas locas, las habas con queso, el mote pata o la inigualable repostería cuencana de las fiestas de Corpus Christi o del día de los fieles difuntos, con sus guaguas de pan y la colada morada y que conjugan una esplendorosa riqueza patrimonial que no ha desaparecido, a pesar de los tiempos globalizantes en que vivimos; por ello, hay una obligación elemental en todos los habitantes de la urbe para seguirla manteniendo y fomentando.
Gracias al conocimiento de nuestra historia, a través de los bienes culturales, nos ubicamos en el mundo y definimos nuestra posición dentro del desarrollo evolutivo de la humanidad, es decir, en otras palabras, nos definimos como un pueblo, como un ente histórico – cultural, con identidad y personalidad propias.
Por todo ello, la valoración de nuestro patrimonio es un deber cívico e imperativo para todos los ciudadanos y ciudadanas del mundo y su concienciación crea también importantes valores ciudadanos que debemos cultivar como habitantes de una ciudad patrimonial, dueña de un rico acervo que está al servicio de todo el género humano.